La historia
en sus grandes ciclos es previsible. Sin embargo, sus avatares al interior de
estos son difíciles de anticipar. Con todo, la presencia de similitud de
condiciones permite proponer hipótesis sobre cursos probables de desarrollo
de una situación política determinada.
Hay similitudes
significativas entre las condiciones en que partió el gobierno de Fernando de
la Rúa y las que tendría un eventual gobierno de Alejandro Guillier.
El ex
presidente trasandino surgió en una situación caracterizada por: 1.- Una
situación de corrupción generalizada en las esferas gubernamentales. 2.- La
pérdida de legitimidad del peronismo, expresión política por excelencia de la
clase trabajadora argentina, por las brutales privatizaciones menemistas. 3.-
Una crisis objetiva del modelo neoliberal instalado por
la dupla Menem/Cavallo en concomitancia con el fondo monetario
internacional. 4.- La insoluble contradicción contenida en la aspiración del “sentir de la calle” que
quería mantener la paridad cambiaria (la plata dulce sostenida con las
privatizaciones) y llevar adelante políticas de protección social con una
acción significativa del estado en la economía. No lograban asimilar que las
compras de electrodomésticos y los viajes al extranjero era el caramelo pero la
torta de las privatizaciones era para las transnacionales.
Había un
malestar en la ciudadanía que exigía cambios, pero dentro del modelo. Era lo
que aconsejaba “el sentido común”. Esa era la subjetividad, lo objetivo exigía
un fuerte golpe de timón en la economía.
Estas condiciones
determinaron el escenario electoral. Duhalde fue la propuesta presidencial del
peronismo/neoliberal en el gobierno. Este candidato había tenido un permanente
conflicto con el gobierno menemista, aunque formalmente era parte de la
coalición gobernante. Pero ese estigma
de oficialismo no se lo pudo sacar y quedó condenado a la derrota.
El opositor radicalismo,
que venía en un declive histórico estaba golpeado por el mal gobierno de Alfonsin
que debió entregar un año antes del plazo constitucional. Su abanderado era
Fernando de la Rúa un circunspecto abogado, que siempre supo estar en la hora y
el lugar adecuado, que ante la farándula y los escándalos político/económico/sexuales
del menemismo parecía la encarnación misma de la sobriedad republicana. Nadie
sabía muy bien lo que haría, pero tenía imagen de confiable, un tipo serio, en
las antípodas del menemismo.
El candidato
radical tenía demasiados anclajes para poder salir de la crisis: con los
dictados del FMI y las transnacionales, los militares, con la forma tradicional de hacer política,
con la oligarquía agraria y en
definitiva con todo lo existente. Se necesitaba un liderazgo con voluntad
épica, Fernando de la Rúa ofrecía prudencia llevada al extremo y cuidadas
formas comunicacionales.
Con todo, era
lo que la ciudadanía quería, pero no necesariamente era lo que se necesitaba
para salir del entrampamiento. La fórmula K aún no estaba en el menú trasandino,
la historia se tomaba su tiempo
El
radicalismo y su candidato no se bastaban. Fue necesario hacer alianzas, un
significativo desmembramiento del peronismo encabezado por el diputado “Chacho”
Álvarez y Cristina Fernández Mejide
(madre de un desaparecido) con su dura crítica social y densidad
ética trajo los números electorales que
faltaban. Se resolvía la elección, pero se condenaba el gobierno.
La flamante
“Alianza” con estas orientaciones contradictorias contenía en si misma el
germen de su propia destrucción.
Guiller, puede conseguir la nominación, puede ganar
incluso las elecciones, pero no tiene forma de resolver la contradicción entre
lo nuevo y lo viejo en la Nueva Mayoría, no es cosa accidental que la DC
proponga su propia candidatura presidencial en primera vuelta. Si hay
candidatura única en segunda vuelta será por necesidad no por convicción.
La vieja
restauración concertacionista, un remedo ya de sí misma, ha perdido
racionalidad y ni siquiera ha querido morir con la bandera al tope y con su
gran escudero Ricardo Lagos en una última carga de caballería. Llevaran a la
sra Goic, no buscan ya el triunfo sino mejorar la negociación.
Para una letra K en Chile falta tiempo.
El gobierno
radical trasandino, se empantanó a poco andar. Le bajo el moño al FMI y las
transnacionales y como no pudo obtener los votos en el parlamento para una
reforma laboral, que era pegarle en el suelo a los trabajadores, mandó un
maletín rebosante con un operador de tercera. Estalló el escándalo. El Chacho
Álvarez renunció a la vicepresidencia de la república.
El gobierno
de “chupetito” volando con una sola ala, la derecha, mantuvo el fierro caliente
de la paridad cambiaria para poder pagar la deuda externa. Como el botín de las
privatizaciones se estaba agotando, ello no podía mantenerse en el tiempo. Con
el ala que quedaba, se instaló a un neoliberal de tomo y lomo como nuevo
ministro de economía; duró 15 días. No se puede engañar a todo el mundo todo el
tiempo, sabio don Abraham, y se tuvo que llamar a Antonio Cavallo. El sumo sacerdote
del neoliberalismo, el hijo pródigo de Martínez de Hoz, hizo lo previsible,
quiso pagar la deuda con el hambre del pueblo argentino, las jubilaciones de
los viejos, la educación y en definitiva el “corralito”. Respuesta popular de
masas: los piqueteros.
Estado de
sitio, decenas de muertos, la Plaza de Mayo convertida en un campo de batalla.
Se llama a los milicos para la masacre en gran escala, los milicos se retoban,
la “cana” da sabiduría. Vuelve el helicóptero, sería el mismo de doña Isabel?.
Y este cuento se ha terminado.
No se puede
servir a dos señores. Aunque haya circunspección, simpatía y credibilidad, no
se puede servir a dos señores.
ROBERTO AVILA
TOLEDO
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